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Ver las cosas desde su perspectiva

Prepárate para las conversaciones con tu joven observando cómo se siente y a qué retos se enfrenta.

Prepárate para conversar

Adolescentes y jóvenes tienen una vida muy diferente a la de generaciones pasadas. Cuanto mejor conozcas las experiencias que está teniendo tu joven, estarás en una mejor posición para brindarle el apoyo adecuado.

No esperes a que tu joven inicie la conversación, sobre todo si se trata de un asunto serio que pudiera afectar su bienestar emocional. Tal vez le incomode abordar contigo ciertos temas o le preocupe que no entiendas qué es lo que le está pasando. Pero aunque parezca increíble, la investigación demuestra que adolescentes y jóvenes sí quieren hablar con sus padres y cuidadores (en inglés).    

Tú como cuidador o cuidadora puedes ayudar a crear un ambiente en el que tu joven sienta la seguridad de que puede recurrir a ti para hablar de cualquier cosa.

Conoce más sobre las emociones o temas que pueden surgir

Date un tiempo para pensar en posibles situaciones y temas que podrían salir cuando converses con tu joven, y en cómo se siente y cuál es su estado de ánimo. 

Prepárate mentalmente

Conviene prepararse mentalmente para cualquier desafío que se pueda presentar al conversar con tu joven. No existe el momento “perfecto” para iniciar la conversación, pero siempre será mejor que ocurra cuando tú y tu joven están en un estado de calma y equilibrio. Antes de empezar a hablar, trata de hacer una conexión a tierra, por ejemplo realizando algún ejercicio de respiración. Si durante la conversación empiezan a sentir que se desbordan sus emociones o reaccionan de manera exagerada, puede ser útil revisar estas técnicas. (Visita LoveYourMindToday.org para obtener más consejos sobre cómo apoyar tu propia salud mental).

Procura mantener el enfoque de la conversación en el bienestar de tu joven, lo que le ayudará a aceptar más fácilmente tu respuesta. No es un enfrentamiento entre ustedes, sino que se trata de enfrentarse en conjunto al problema. Mantén una actitud de calma y curiosidad, escucha de forma activa lo que te cuenta sin hacer juicios, y antes de responder, date tiempo para asimilar lo que te compartió. 

Normaliza hablar de las emociones

Es importante que tu joven sepa que puede hablar contigo de lo que siente y que no tiene que estar pasando por un mal momento para contarte lo que le pasa. Mientras más alientes a tu joven a hablar de sus emociones (positivas y negativas), será más sencillo que acuda a ti para tener este tipo de conversaciones. 

No tiene que haber un momento o lugar específicos para que se produzcan las conversaciones, y tu joven no debería percibirlas como algo serio. Intenta abrir la conversación cuando estés pasando tiempo con tu joven o realizando una de sus actividades favoritas. Hablen mientras preparas la cena, cuando van hacia la escuela, cuando salen a caminar o después de haber visto un programa de televisión. 

Procura que la conversación sea informal y relajada. No tiene que ser larga ni intensa para que sea productiva.

Identifica cuándo podría hacer falta más que una conversación

Adolescentes y jóvenes experimentan diversas emociones, y eso es normal y saludable. Por lo general, las enfrentan de una forma no perjudicial y que les hace sentir mejor (hablar de lo que sienten, buscar que alguien les brinde consuelo, intentar distraerse, escuchar música, etc.). Pero se puede convertir en un motivo de preocupación si su forma de lidiar con ellas es, o se vuelve, destructiva (agredir a otras personas, reprimir sus sentimientos o consumir sustancias).    

Si observas cambios evidentes y continuos en el comportamiento o las emociones de tu joven, se podría tratar de un problema más de fondo. 

  • Cambios en sus hábitos de alimentación, sueño, autocuidado o socialización. 
  • Cambios en su estado de ánimo o mayor irritabilidad. 
  • Dificultad o descuido con su higiene personal, autocuidado, etc.
  • Miedo o rechazo a entornos, situaciones o interacciones sociales específicas, como ir a la escuela o salir con sus amistades.
  • Consumo de drogas o alcohol. 
  • Ira fuera de lo común, involucrarse en peleas o empezar a llevarse mal con otras personas de forma inesperada.
  • Comportamientos imprudentes, impulsivos y fuera de control con mayor frecuencia.
  • Retroceso académico.
  • Prácticas de autolesión.
  • Relaciones de riesgo.

Siguiente paso: Aprender a escuchar

No es fácil escuchar sin opinar, pero el esfuerzo vale la pena.